“Los ojos de ella, en la gloria, están vueltos hacia los cielos estrellados”
(Epitafio de la tumba de C.L.H)
Esta alemana, que residió en Inglaterra, fue la primera mujer en descubrir un cometa y primera mujer astrónoma de la historia, llegando a recibir un salario, escaso, por su profesión.
Nació en Hannover, el 16 de marzo de 1750 y muchos años tuvieron que pasar -85- para ser reconocida como miembro de honor de la Royal Astronomy Society de Gran Bretaña.
Pequeña pero gigante
Caroline solo medía 1,30 de altura. La viruela y el tifus impidieron que su cuerpo creciera, sin embargo, su imaginación, voluntad, inteligencia, curiosidad y perseverancia se desarrollaron de una manera gigantesca.
Gracias a su padre, que no a su madre quien la ponía a hacer tareas domésticas, aprendió a leer, escribir, aritmética y música -era una soprano extraordinaria-.
William, hermano y mentor
Caroline acompañó a Inglaterra a su hermano William quien trabajaría como director de orquesta. Por la noche, desde el jardín de su casa, miraban y observaban el cielo con telescopios construidos por ellos mismos. Un buen día, William descubrió un nuevo planeta, era Urano. Este hallazgo le permitió abandonar la música y convertirse en el astrónomo de la corte del rey Jorge III. Desde ese momento, Caroline actuó como su asistente: ayudaba en la creación de telescopios, anotaba las observaciones que le dictaba su hermano, establecía distancias astronómicas…Juntos identificaron más de 2500 nebulosas y más de 800 estrellas desconocidas hasta entonces.
El primer cometa femenino
William se casó y Caroline se fue a vivir a otra ciudad. Todo lo aprendido con él le sirvió para seguir estudiando el firmamento, llegando a ser una gran descubridora de cometas. El 1 de agosto de 1786 encontró su primer cometa, ubicado entre las constelaciones de la Osa Mayor y Coma Berenices y es conocido como C/1786 P1 (Herschel).
En 1846, el rey de Prusia le concedió la Medalla de Oro a las Ciencias por una vida dedicada a la astronomía. Dos años más tarde, cerca de los cien, moriría en su ciudad natal -aunque, al igual que las estrellas, aún sigue brillando-.